domingo, 12 de febrero de 2012

Una sonrisa entre la gran depresión

 Escrito por @jonsteve777

Era 1930, Estados Unidos, las discordias sociales no paraban en las calles de la ciudad. Tanto en las fábricas como en los hogares reinaba el estrés, a causa de los apuros que exigía la nueva sociedad noqueada por un imprevisto golpe erróneo capitalista. 

Mientras tanto en esa misma ciudad, un hombre lloraba abrazando a su hijo, mientras el ataúd en donde se encontraba su esposa era llevado hasta la sala de cremación, ambos no podían creer que ella se hubiera suicidado, aunque la realidad era que, quitarse la vida era una de las decisiones más comunes entre las personas en esos momentos, porque al igual que aquella mujer, se habían quedado sin empleo, y todos sus ahorros que confiaban a los bancos, habían desaparecido de un momento a otro, y sin ánimos de aparecer de nuevo.

El hijo con una herida profunda en sus sentimientos maternales, y con sus 18 años cumplidos que lo hacían acreedor al nombramiento como adulto, decidió alejarse de todo, olvidar esta ciudad, despegarse de su padre y enlistarse en el ejército de los Estados Unidos de América, para enfocar su furia y dolor de la situación contra los objetivos en frente de la mira de su rifle.

El padre viudo estuvo tres meses en una tristeza muy profunda, no solo por la muerte inesperada de su esposa sino también de la decisión apresurada de su hijo, pero un sueño revelador le mostraría a su esposa en un lugar mejor y le inspiraría para salir de la depresión, y comenzar una nueva vida. En ese momento decidió que haría lo posible para que lo ocurrido con su esposa, no diera oportunidad para que pasara con él mismo.

En una esquina, enseguida de la panadería más conocida y recomendada de la ciudad. El hombre mueve sus pies, mueve sus brazos, mueve su cabeza, mueve sus ojos de un lado a otro, mueve su boca y aunque no es un bailarín destacado, cada movimiento contrasta con cada ruido o sonido de la ciudad.
Este caballero de 50 años brinda todos los días un espectáculo. Allí, aquel hombre hace una clase de baile y cuyo ritmo y música es el sonido ambiental de los autos que pasan a gran velocidad por las calles y luego hunden los frenos porque una horda de obreros bloquea el camino y grita a todo pulmón acerca de sus derechos de tener más libertades en sus asfixiantes trabajos, y otros gritan porque no tienen ni siquiera un trabajo por el cual quejarse, y luego a dos cuadras más adelante el ruido causado por la super producción de las fabricas de la zona contaminan más el ambiente sonoro de la ciudad.

Pero para aquel hombre todo este bullicio es música que contribuye a su arte, algunos pasan por aquella esquina con un gesto de desprecio y con sus mentes diciendo "otro vago para esta calles, con una locura diferente". Pero no todos tiene las mentes tan cerradas, pues una multitud no mayor de 15 personas se reúnen a contemplar los pasos coreográficos improvisados y a deleitarse con algo que ya no se ve de a mucho en esos tiempos, una gran sonrisa.

Es por eso que el hombre baila todos los días en la esquina enseguida de la panadería, para poder contagiar un poco con su sonrisa a otras personas que viven bajo mucha presión que a veces no son capaz de manejar y algunas veces alguien debe ayudar para que esa presión se desvanezca, y que esas personas disfruten de un momento de sonrisas y libertad mental. 

Y esto es lo menos que pide a cambio el hombre y también un par de monedas que no serian para nada un estorbo en estos tiempos de escasez económica.

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